Periodistas y putas, y viceversa

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David Jiménez, exdirector del diario ‘El Mundo’, escribe en diciembre de 2011 un contundente artículo en su blog, titulado, quiero decir el texto, ‘Putas y Periodistas’. Las redes sociales celebran el post con un merecido trending topic que también tiene eco en los principales medios.

El reportero de guerra aclara el título ya en el primer párrafo, que desvela la anécdota protagonizada por Camilo José Cela en una colaboración a la que intentaron, desde la redacción del periódico, regatear el precio que exige el premio Nobel español, que, como forma de protesta, envía el trabajo gratis pero con un texto que terminaba comparando a los toreros y las putas con los escritores, «que pueden torear en festivales o joder de capricho, pero sin bajar los precios jamás«.

A continuación, David Jiménez legitima la pertinencia de la anécdota en la «moda» de los medios de comunicación del país de «pedir artículos, fotografías y vídeos a cambio de nada«, al asumirse que la desesperación es tan grande entre los periodistas «como para trabajar de balde«.

El artículo, mucho más completo que el esbozo realizado, pone sobre la mesa la implantación, con la crisis como una de las excusas, del periodismo de bajo coste, — «periodismo de charcutería«—, como una de las consecuencias que está provocando la precariedad subrayada.

Cinco años después, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) ha publicado el ya tradicional manifiesto que, en esta ocasión, lleva como título «Por un periodismo digno, profesional y sin presiones«.

La FAPE se queja de que estamos viviendo unos tiempos «en los que se pretende que la mentira se imponga a los hechos, la verdad se oculta bajo eufemismos y proliferan en las redes sociales la calumnia, los insultos y la difamación«. Además, denuncia que la «fuerte precariedad laboral» que sufren los periodistas está siendo tierra fértil en nuestro país para amenazas y presiones a la libertad de prensa, unas injerencias externas que «han aumentado las formas de autocensura» y están provocando la «pérdida de confianza de la ciudadanía«. Conclusión: la «precariedad laboral rebaja la calidad del periodismo» y «sin periodismo no hay democracia«.

Cinco años después, volvemos a comprobar que sigue muy vigente la precariedad laboral en el gremio. Y como, al parecer, existe un generalizado consenso en que la precariedad afecta negativamente a la calidad del periodismo, pues eso, que es lo que hay, ¿no? Es lo que hay también, por ejemplo, como acabamos de conocer gracias a El Confidencial, en la alta cocina, donde se defiende tener becarios sin cobrar porque «para ellos es un privilegio«.

De este modo, además de hablar de la precariedad laboral en el periodismo, me ha parecido también nuclear centrar el debate en la libertad de prensa, que ha recordado en su manifiesto la FAPE, «no es un patrimonio exclusivo de los editores y de los periodistas«. Tampoco lo son los derechos fundamentales a la libertad de expresión y a la libertad de información. En el primer caso, la Constitución reconoce y protege el derecho a «expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción«. En el segundo, «a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión«.

Como al comienzo del artículo señalé, la FAPE ha metido en este lío a las redes sociales pero exclusivamente para denunciar que en ellas «proliferan» la «calumnia, los insultos y la difamación». Pero se ha olvidado de otros importantes usos con los que los ciudadanos están aprovechando también las redes sociales como ejercicio de esos derechos a las libertades de información y de expresión que difícilmente estarán bien representados en un periodismo de baja calidad.

Para bien o para mal, el ciudadano ya no se limita a la parte pasiva de las mencionadas libertades: a elegir entre un medio u otro —o pasar de todos—. Ahora, en estos tiempos, el ciudadano tiene también más fácil que nunca el acceso a la parte activa de los derechos: a coger la cámara, o el móvil, y tirarse al ruedo. ¿Puede mentir? ¿Puede equivocarse? Claro que puede. También. O también puede contribuir a hacer más democracia, ¿o no?