— «¡Hola, soy el anfitrión! Hola anfitrión, ¿tudo bem? Creo que te has pasado de sonriente en la foto… Rua Duque de Saldanha, vamos a ver… bien, parece céntrico, a unos 20 minutos de la Torre de los Clérigos. De todas formas, hay cerca varias paradas de metro. ‘Quarto grande com duas camas’. Habitación privada en Oporto, en un apartamento. Tienes casi las cinco estrellas…. y 13 evaluaciones… ¿Son muchas o pocas? Positivas, ningún comentario negativo. ¿20 euros por noche? A ver, llegada: viernes, o sea, ’28/04/2017′. Salida: ’01/05/2017′, Día del Trabajo. 3 huéspedes: 64 euros multiplicado por tres noches, total 191 euros. Más cinco euros de ‘gastos de limpieza’, más otros 29 euros por la ‘tarifa de servicio de Airbnb (IVA incluido). Y menos 35 euros del ‘cupón de descuento’. Total 190 euros, unos 63 euros por cabeza… Parece un chollo ¿no? ¿Reservo? Venga, sí, además pone que ‘no se hará ningún cargo de momento’. Reservado».

Ya está. Perdonadme viajeras que no me haya presentado antes, pero es que me faltaban solo dos días para cerrar mi primer viaje del blog. Me llamo Egeria… bueno, ya nos iremos conociendo poco a poco, si queréis. De momento, quiero adelantaros que también será mi estreno en Airbnb, la web de moda para alquileres, con más de 150 millones de ‘huéspedes’, y que, según también nos cuentan, está en más de 65.000 ciudades y 191 países. Os dejo los datos como curiosidad pero, por favor, espero que no cunda el pánico: no hay en la sombra ningún patrocinio. De hecho, tengo que reconoceros que por ahora confío mucho más en otras plataformas, como, por ejemplo, Booking, con sus virtudes y con sus defectos, pero que, a mí por lo menos, nunca me ha dejado tirada, quiero decir en lo fundamental, sin contar esas inevitables frustraciones que nos llevamos cuando las expectativas son demasiado exigentes, por culpa de los comentarios demasiado favorables, por culpa de esas fotografías perfectas que sí, que ya estamos vacunadas contra ellas, pero ante las que, a veces, no somos inmunes… y luego pasa lo que pasa… decepción…
Booking ‘modo on’ en la cabeza, ya os digo, pero metida en esta historia con Airbnb, una web a la que he llegado, tengo que confesarlo, después de amagar con tirar el portátil por la ventana tras obtener 18, sí 18, alojamientos disponibles en la búsqueda realizada con Booking. Vale que estoy al lío con dos días de antelación, pero me niego a pagar 225 euros que nos pide una muy cutre guest house por cama en habitación compartida mixta, que suben hasta los 267 euros en la siguiente opción que incluye literas… ¿Sábanas, quizá, adornadas con cristales de swarovsky? Y ojito con los apartamentos lusitanos, que empiezan en los 750 euros y llegan hasta casi los 2.997 euros, que es lo que piden por un ‘antique flat’ con capacidad para cinco personas, eso sí, con una ubicación ‘excelente’. Tiene 100 metros cuadrados, pero ¿3.000 euros por tres días, en serio? Os dejo una fotografía, que tengo que reconocer, han hecho sin esforzarse lo más mínimo. ¿Para que no se pierda la esencia vintage?

La reserva se ha confirmado. Vas a viajar a Oporto.
00:32 horas. Me llega al correo la confirmación de la reserva: ‘Enhorabuena, tienes una reserva para quedarte 3 noches en Oporto a partir del 28 de Abr-01 de May. Responde para enviar un mensaje al anfitrión’. Un mensaje del banco en mi móvil confirma poco después el cargo de los 191 euros. El problema es que, un minuto antes, a las 00:31 horas, el anfitrión me había escrito para contarme que había un ‘problema’ y preguntarme si no me importaría que nos quedásemos en ‘otro cuarto’. No tardo en comprobar que la pregunta era retórica, ya que hace clic en cobrar sin darme la oportunidad a rechazar las nuevas condiciones, como consecuencia, según me va explicando en sucesivos mensajes, de la ‘indisponibilidad’ de nuestra habitación, que, de repente, se convierten en literas no sé muy bien dónde, ya que tampoco garantiza lo de la privacidad.
—¿Privado? ‘Sim’. Bueno, ‘mais ou menos’, porque hay un brasileño también, y claro, puede entrar al ‘salão’, me cuenta por teléfono al día siguiente, ya que Airbnb facilita este dato junto con otros del anfitrión una vez efectuada la reserva.
—»Será muy ‘salao’ el brasileño, no digo que no, pero tú, majo, nos estás cobrando 190 euros por un ‘quarto grande com duas camas’ en habitación privada, otro tema sería que nos hiciéramos un couchsurfing, pero no es el caso».
Estacionamiento privado que tampoco es privado —pero es posible, nos dice, aparcar frente al apartamento o junto a los que están al lado—, que nos pida, agradecía ‘inmenso’, la atención de hacer el check-in sobre las seis de la tarde y que, como guinda, me diga que hay más gente en la casa, además del brasileño, agotan mi paciencia. Llamo al fijo que ofrece en la web Airbnb, que en la primera llamada me animan a intentar solucionar el problema hablando yo con el anfitrión, aunque también me informan de que no puede cambiar las condiciones, y que si lo hace, le pida que cancele la reserva. Además, me entero de que los mensajes que nos hemos intercambiado han sido a través de un número que, digamos, pone el servicio, de forma que, por lo menos, tienen acceso a todo lo que hemos hablado por escrito. Vuelvo a escribir al anfitrión pero no quiere cancelar y perder los 190 euros. Que cancele yo, me contesta. Leo las políticas de cancelación que tiene Airbnb y resulta que de una a cuatro, siendo una muy buena para mí y cuatro, muy mala, estoy en tres. Más claro: si cancelo yo, pierdo el dinero. Le doy una última oportunidad al anfitrión, que me habla de un descuento pero que me da el dinero en mano… No, punto.
Airbnb cancela la reserva y nos ofrece un descuento de 50 euros
Vuelvo a llamar a la web, varias veces, hasta que incluso se hace cargo del ‘caso’ una persona en concreto —se llama Martín— que cancela la reserva, ordena el reembolso a mi cuenta de los 190 euros, me ofrece un cupón de descuento de 50 euros, por la ‘mala experiencia’, e, incluso, nos facilita una selección de más alojamientos disponibles en Oporto. Me envía todo por escrito al correo, además de incluir consejos sobre el uso de la plataforma, como la recomendación de contactar con varios anfitriones antes de hacer una reserva.
Con el tiempo en mi contra, vuelvo a tirarme de cabeza a las aguas de Airbnb, un océano desconocido para esta viajera que les escribe. Descubro con sorpresa ofertas de entre 70 y 80 euros, pero, gracias a ellas, también que hay anfitriones que no actualizan las plazas disponibles. ‘We are full’, me dice uno de ellos. Otro de los que contacto, me invita a cerrar su alojamiento enviándome una ‘preaprobación’, pero me hace desconfiar que esté tan impaciente, enviándome mensajes para que acepte, algo que no hago.
Casa das Andorinhas
Finalmente, se cruza en esta historia María y su ‘Casa das Andorinhas’, que son con las que ha adornado la entrada del inmueble. La habitación privada para tres personas, como el resto de la vivienda, luce bien en las fotos —»cuidado Egeria»— como la descripción que incluye en la web, y después me completa la anfitriona tras iniciar yo la conversación. El único ‘pero’ es el ‘depósito de seguridad’ de 200 euros que se pide en esta reserva, un concepto totalmente nuevo para mí. María me intenta tranquilar diciéndome que el dinero solo será retirado de mi cuenta en el caso de ‘estragos’ —»en una guerra», pienso—. Es para cubrir los posibles daños que puedan ocasionarse en la casa, un valor que se predefine de antemano, pero que no se quita de la cuenta. En cierta forma, pago con ella, mi negativo debut en Airbnb, a través de una batería de preguntas sobre las condiciones para evitar un segundo fracaso que supondría, además, descartar el viaje a Oporto. Sin embargo, la prueba es superada con unas respuestas realizadas desde la tranquilidad —»¿Estás escuchando fado, María?»—. Confianza. ‘La reserva se ha confirmado. Vas a viajar a Oporto’. ¡Sí, a Oporto, y lo vamos a hacer tres personas por 115 euros y tres noches! ¿Pero dónde has estado Airbnb todo este tiempo?

La casa de un juez
Aterrizamos en Oporto a eso de las 22:00 horas. Le llamamos a María que nos envía a Alberto, que aparece en cinco minutos, con muchas ganas de hablar y de darnos explicaciones, las vibraciones son buenas. Tras saludar a las ‘andorinhas’, entramos en la vivienda, una casa con linaje, «de un juez», construida al parecer en la década de los cincuenta pero que, obviamente, ha sido reformada. Está cuidada y muy limpia. Tiene tres plantas con siete habitaciones y tres baños, un amplio salón y una cocina a la altura. Además, entre otros servicios, cuenta con lavandería. Alberto se toma en serio el check-in. Tomamos buena nota, por este orden, de que el agua caliente es ‘ilimitada’ —instalación centralizada—, de la clave del wifi —que funcionaba bien— que hay café o té —un pequeño detalle porque no tenemos desayuno incluido— y de que podemos meter el coche dentro del recinto, para mayor seguridad, algo que hacemos. No obstante, el lugar es tranquilo, pese a que la rua, Conde de Avranches, está situada en plena zona universitaria, cerca de la parada del metro llamada ‘IPO’, separada por siete paradas de ‘São Bento’, el centro del centro de Oporto. Alberto se despide pero tras dejarnos claro que les llamemos si necesitamos algo. Dejamos las cosas en nuestra habitación. Las camas están bien. Hay enchufes de sobra, y hasta una extensión, en los que dejamos a cargar las baterías de las cámaras. Como única pega, el ambiente quizá algo sobrio, muy de los años 50 —sobre todo el salón—, una atmósfera que ganaría en alegría con más color y muebles de diseño actuales, en las antípodas de los dos sofás verdes del salón. Y el tercero, al estar tapado como con una sábana blanca, queda un poco ghost. El televisor, también una reliquia, podría dar paso a una plana inteligente con Netflix en la que poder vibrar con ‘Las chicas del cable’ o buenos conciertos como los del conjunto luso The Gift… Desvarío un poco, pero es que son ya casi las once, y todavía sin cenar, pero Alberto también nos ha estado situando posibles opciones en la zona.
Acabamos en el restaurante Ábaco, ubicado en la rua Guilherme Camarinho, 59. Nos animamos por un ‘bacalhau á braga’ (8,50 euros), ‘prego no prato’ (6,75 euros) y ‘media dose’ de ensalada de pollo (4,50 euros). Un zumo (1,20 euros), una caña (1 euro) —um fino— y una Coca-Cola (1,30 euros), de botella, pero de 33 centilitros, como una lata —cosas que tiene Portugal—. Y como final, dos postres, ‘pudim francés’ y ‘bolo (tarta) chocolate’. Todo bueno y por 27,25 euros= a unos nueve euros por cabeza.
Ah, se me olvidaba. Si es la primera vez que estáis en Portugal, atentos con el tema de las raciones, ya que muchos de los platos pueden prepararse en dos tamaños, ‘una dose’, y ‘meia dose’. Yo me suelo inclinar por la última opción cuando está disponible, ya que, al contrario de lo que inicialmente se pueda pensar, la ‘meia dose’ es la ración normal, mientras que ‘una dose’ es, por lo tanto, la ración gigante, o la ración destinada para los turistas. De hecho, no existe constancia histórica de ciudadanos lusos que hayan pedido una ‘dose’ cuando han tenido la opción de pedir la ‘meia’. ¿Por algo será, no?